CAMPEONES SIN COPA

Campeones sin copa

Corrían los años 70 en un pequeño pueblo del interior de santa fe. Nosotros éramos unos niños cursando séptimo grado de la escuela local y nos apasionaba el futbol. Por aquellos años no existían ligas de futbol de menores, sino que se hacían “torneos relámpago” que duraban un día entero, generalmente los sábados, en donde participaban equipos de pueblos de la zona.

Un día nos invitaron a jugar a  una localidad que queda a varios kilómetros de la nuestra. Para ir hacia allí habíamos alquilado una “Estanciera”, que es como una combi de ahora pero sin asientos en la parte trasera. Adelante iba el chofer, a su lado un mayor que nos acompañaba y nosotros, los once integrantes del equipo, en la parte de atrás. Era toda una aventura llegar hasta hasta allí porque todavía no había rutas pavimentadas entonces teníamos que viajar por los caminos rurales tornándose el viaje en una verdadera travesía.

Al llegar lo primero que vimos fueron los equipos rivales, todos uniformados con hermosas camisetas de clubes nacionales, mientras las nuestras eran simples camisetas blancas a las que le habíamos pintado los números en la parte trasera. La primera desventaja estaba a la vista para nosotros, que habíamos pasado nuestra infancia ganando trofeos en los torneos interescolares de la canchita del Cura. Habíamos ido cosechando buenos resultados, pero nunca habíamos podido ganar un campeonato en éste tipo de torneos entre pueblos.

Comenzando la jornada nuestro equipo comenzó ganándole a varios rivales durante la mañana, y a la tarde llegamos a la semifinal  y pasamos a la final. Nuestra ilusión era enorme, pero la final se iba a jugar recién al atardecer  porque ese día peleaba Carlos Monzón, el famoso boxeador santafesino, e iríamos a ver la pelea a un bar cercano para luego se jugar la final. Recuerdo que ese día Monzón gano la pelea por knock out.

Los jugadores rivales ya estaban esperándonos en la cancha con sus flamantes camisetas de chacarita. Comenzó el partido y yo, que era el delgado del equipo, estaba encargado del reloj y tenía que avisar al técnico cuantos minutos iban y si había cambios. Desde mi puesto podía ver el hermoso trofeo que le esperaba al ganador, una hermosa copa enorme y unas magistrales medallas para cada uno de los integrantes del equipo  y, a su lado, la pequeña copita y las ínfimas medallas que se irían con el subcampeón del torneo.

El partido se fue desarrollando de una manera muy dinámica, la cancha era pequeña  y los equipos venían bastante parejos pero ninguno había podido llegar al arco rival. Casi sobre la hora, desde la mitad de la cancha, uno de mis compañeros hizo el gol de su vida clavándola al ángulo y sale corriendo eufórico a festejar su gol. En ese momento el técnico me pregunta cuánto falta, yo respondo: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1…. Y salgo corriendo a gritar GANAMOS! GANAMOS! GANAMOS!. Fue inolvidable, todos el quipo dando la famosa “vuelta olímpica”, festejando y gritando con mucha emoción y alegría.

Todo parecía ser un sueño, hasta que uno de mis compañeros mira hacia la mesa de los trofeos para ir a adueñarnos de esa hermosa copa y se percata de que en la mesa solo quedaban los pequeños trofeos y las ínfimas medallitas de subcampeón.

Si, el quipo perdedor se había robado nuestra copa y las medallas que debían estar colgando en nuestro cuello para marchar, en un regreso triunfal, hacia nuestro pueblo y mostrárselas a todos allí. Eso nunca sucedió…y yo me sentía un poco culpable porque debía también estar vigilando los trofeos y, en vez de eso,  salí corriendo a festejar que por primera vez éramos campeones. Eso sí que era algo que nadie nos podría quitar jamás…