Qué bendición tu llegada, Jesús, esperado Redentor nuestro. Qué maravillosa entrega el sí de María. Qué encomiable y puro cariño el de José.
Al acercarme a tu cuna esta noche, mi Salvador, verás que no tengo mucho para ofrendarte, pero igualmente estaré a tus pies, extasiado frente al Niño Dios, alabando tu humildad, agradeciendo tu amor, pidiéndote compasivo perdón por mis ofensas.
No siempre estoy, pero esta Nochebuena en que llegarás a dar luz al mundo y a derrotar en tus tres décadas de peregrino por la Tierra al pecado, al demonio y a la muerte, sí estaré. Ahí estaré, mi Señor, mi Maestro y mi Pastor, cerca del modesto pero glorioso Pesebre del Rey de Reyes, para llevarte lo poco que puedo: mi pobre fe, mi esperanza a veces débil, mis ilusiones, mis necesidades, mi gratitud y mis manchas para que, si quisieras, las limpies con tus manitos santas.
Volverás a verme, Mesías, como en cada Navidad, para que por un rato, quizás puedas recibir ese amor que Nuestro Padre me infundió en el corazón, mi sencillo presente, Jesús.
